En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, amen.

 

Hermanos y hermanos, estamos parados ahora en esta fiesta alegre de la Ascensión, entre la Pascua y el Día de Pentecostés.

Celebramos la Ascensión de nuestro Señor al cielo después de su resurrección de la muerte, preparando por el regalo del Espíritu Santo cuando desciende en el gran día de Pentecostés.

Necesitamos considerar y entender lo mejor que podamos, lo que esto significa. La ascensión corporal de nuestro Señor al cielo. Asciende con el mismo cuerpo que conoció todas nuestras penas y conoció nuestro dolor. El mismo cuerpo con las heridas que el Señor invito a tocar al apóstol Tomas. Esas heridas causadas por nuestros pecados. Ese cuerpo, que proclamamos todo el tiempo en la iglesia con palabras dadas a nosotros por los santos padres que conmemoramos hoy, este domingo en particular siguiendo la Ascensión. Los Padres del primer concilio ecuménico, proclamamos con ellos que ahora Él esta sentado a la diestra del Padre. Y así es que el misterio de la incognoscible Santísima Trinidad se une para siempre con ese cuerpo y al sufrimiento humano por la salvación del mundo.

Para la salvación del mundo, el Señor tomo todas las penas, todas las fragilidades, incluso todos nuestros pecados y nunca los desecho. Ni en su muerte en la cruz, ni en la resurrección, ni en su ascensión. Él no renuncio su humanidad en ningún momento en esa gran manera para nuestra salvación, sino que fue glorificado. Glorificado. Y como dijo nuestro mismo Señor en esa oración sacerdotal que escuchamos hoy en el evangelio, El es glorificado en esos quien el Padre a dado. El Hijo de Dios eternamente engendrado del Padre, tiene siempre la gloria de su Padre. Nunca le es quitado. Él nunca es separado del Padre. La gloria que el recibe ahora en su ascensión es su glorificación de esa humanidad que el a unido a el mismo. Eso es lo que es glorificado. Él es siempre por nosotros, el Cordero de Dios, inmolado para quitar los pecados del mundo. Ese es el corazón de este maravilloso misterio que celebramos en la ascensión de nuestro Señor.

Y la implicación adicional de lo que estamos celebrando es que por el poder del Espíritu Santo, nosotros como la iglesia somos miembros de Su cuerpo. Miembros espiritual de Su cuerpo. Nosotros mismos unidos a través de Él. Viviendo en el mundo en cada siglo haciendo sus obras, continuamos soportando las penas, el dolor, el sufrimiento y la fragilidad del mundo entero por su salvación. Y como el cuerpo de Cristo, sufrimos a la causa del mundo. Somos quebrantados por su salvación. En gran medida, esto es nuestra tarea, nuestro llamado como cristianos, como miembros de su santa Iglesia. Desde el día de los apóstoles hasta este mismo día somos llamados a seguir el modelo de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesús Cristo, que nuestros cuerpos abracen amorosamente el sufrimiento como lo hizo Él en su cuerpo por nosotros. Y en la medida en que permitamos que nuestros corazones, rotos como están, se abran al mundo en su necesidad de restauración y sanación, entones  nuestros corazones también se abrirán al Espíritu Santo para que el Espíritu venga y more en nosotros y nos haga lo que verdaderamente estamos llamados a ser. Y precisamente esto es lo que nos preparamos a celebrar en la fiesta de Pentecostés, este domingo, solamente queda una semana.

Pero hermanos y hermanas, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros en otra manera. No solo para fortalecernos en nuestro testimonio como el cuerpo de Cristo, como su Iglesia sufriendo a cause del mundo, por el bien del mundo y por su salvación. Pero también vivimos en ese mundo como miembros pecadores del mundo. Como seres humanos somos frágiles, débil, pecadores y confundidos, necesitando misericordia, corrección, sanidad, restauración y perdón. Sobre todo, el amor de Dios. Nosotros somos débiles y necesitamos las fuerzas del Espíritu. Dolorosos, necesitamos el Consolador. Condenados, necesitamos al gran aspirante. Perdidos, necesitamos la guiá, el Espíritu de la Verdad. Quebrantados, necesitamos al que restaura todas las cosas. Gracias sea a Dios. Gracias sea a Dios por su poder se perfecciona en nuestra debilidad. No necesitamos arreglarnos nosotros mismos. No necesitamos limpiarnos ni enderezarnos antes de poder clamar a Dios por ayuda, sino que primero clamemos a Dios, pidiendo por su misericordia, su poder, y para que Él venga y nos haga justos. Esa es la única manera de que seamos lo que necesitamos ser. Entonces ahora que celebramos la ascensión de nuestro Señor y nos preparamos por el día que viene de Pentecostés, nos presentamos como estamos hoy, sedientos de esas aguas vivas, por su justicia, por su misericordia sanadora. Procurando permitir que el Espíritu Santo entre en nosotros. Y debemos pasar estos días ante nosotros en reflexión, en arrepentimiento, en oración, para que verdaderamente y sinceramente con todos nuestros corazones oremos como es dicho en esta fiesta de Pentecostés. O Rey Celestial, ven y mora en nosotros. Y mientras hagamos esto, ese amor y anhelo, y nuestro fragilidad y necesidad por misericordia junto va ser contestado por el Espíritu Santo. Y vamos a poder por el Espíritu Santo llegar  mas cerca a el quien todavía lleva esas heridas en su cuerpo. Y demos gracias a Dios que Dios nos ama tal como somos y nos llama a toda verdad. Que por el Espíritu de Verdad podamos ser como El. Amen.

 

Gloria sea a Jesús Cristo. Gloria por siempre.

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