En El nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amen. Fiesta jubilosa!

 

La fiesta que celebramos con gozo es la Santa Pentecostés cuando celebramos el regalo del Espíritu Santo. El Rey Celestial, el Consolador, el Espíritu de verdad. Consolador. Esa es una palabra extraña y francamente difícil de traducir. Hay varias maneras que gente a intentado en Ingles, pero lo que esa palabra esta evocando es la esencia de lo que debemos entender de esta misteriosa persona del Espíritu Santo. Y es dicho por Jesús muchas veces a sus discípulos que les enviara el consolador. Significa el que consola, el que fortaleza, el que trae alegría. Consideremos primero consolación, que tal vez es lo mas extraño a nuestros oídos. ¿Necesitamos consolación? ¿Lo queremos de Dios? ¿Podemos decir lo que dice el Apóstol Pablo, de que vivir es Cristo, y el morir es ganancia? ¿De verdad nos unimos a Cristo o aún tenemos tememos a la muerta y aun estamos apegados a lo que es de este mundo que está pasando? ¿Tenemos miedo de perder estas cosas? El Espíritu Santo fue el consolador de Pablo en su sufrimiento, en su anhelo de Dios, en amando nos a nosotros. Y fue seguro que ni lo alto ni lo profundo ni ninguna cosa creada nos separaría del amor de Dios en nuestro Señor Jesús Cristo. ¿Estamos abiertos a esa consolación? ¿Estamos abiertos a esa verdad? El Espíritu, el Consolador también nos fortalece. Esas fuerzas de que hablamos es esa donde Dios se perfecciona en nuestra debilidad. La verdad del Evangelio es que para ser lo que estamos destinados a ser, para ser verdaderamente humano, se requiere de nosotros mas de lo que realmente tenemos para ofrecer. Esa es la verdad extraña. Ser verdaderamente humano requiere que seamos mas que humanos y no nos corresponde lograrlo. Ser humano es ser como Cristo. Y Cristo es verdaderamente y plenamente humano. Pero también es plenamente Dios por su naturaleza de ser Hijo de Dios, y nos llama a ser como el por gracia. Por gracia ser hecho divino. Eso no es algo que podemos hacer. No importa cuanto estudias las escrituras, ni cuantas veces te arrepientes, o cuanto corres de las tinieblas y maldad y buscas lo bueno y lo justo. No importa cuan duro trabajas. No importa como piensas de ti mismo ni tampoco lo que otros piensan de ti. No hay nada que podemos hacer que nos haga lograr esto. A menos que Dios actué. A menos que el Espíritu Santo venga y more en nosotros. Eso es exactamente lo que nos hemos reunido aquí para hacer este día como lo hacemos cada vez que nos reunimos para la Divina Liturgia. Nos estamos preparando ahora mismo para la Santa Comunión. Santa Comunión en Dios y traemos humildes ofrendas de pan y vino. Y con gran oración y ceremonia las llevamos a la mesa santa en medio del altar de Dios, a su trono y las colocamos allí y esperamos que sean para nosotros el cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo. Pero si el Espíritu Santo no desciende y hace que esto suceda, entonces son solo cosas sin vida y nosotros solo somos un juego. Y lo mismo es cierto para nosotros en la oración que se escucha hoy, donde pediremos al Espíritu Santo que descienda sobre estos regalos aquí ofrecidos, pero al mismo tiempo le pedimos al Espíritu Santo que descienda sobre nosotros para que esta ofrenda de pan y vino, y esta ofrenda de nosotros mismos juntos el la Sagrada Comunión sean echos el cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo. Nosotros hermanos y hermanos somos como aquellos que salen al agua en un velero y levantan la vela y cuelga flácida y sin vida y el barco no se mueve hasta que llega el viento y lo llena. Y de repente lo que estaba sin vida esta vivo y se mueve y perfora con gracia las aguas. Nosotros no convocamos al viente, tampoco lo mandamos, pero nos preparamos. Nos abrimos para que ese viento pueda venir y llenar nuestra vela y mover nos. Y así es en nuestras vidas. Y por ultimo, el Espíritu Santo, el Consolador, es nuestra alegría. Cuando esas velas se llenan con viento, no solamente se mueve el barco, pero se convierte en algo hermoso, un poder de gracia. Y en nosotros también podemos saborear esta alegría, este poder, esta gracia, no que viene de nosotros si no que viene del Espíritu Santo que nos da dones que no podemos encontrar de ninguna otra manera. Una paz que sobrepasa todo entendimiento. Gracia que no depende de ganar nada ni de intercambiar nada si no que es un regalo gratis. Misericordia que viene de lo alto. Luz que perfora la oscuridad. Vida que trae vida a las cosas que no tienen vida. Que anima incluso nuestra alma cuando yace muerto. Eso es lo que se ofrece. El Señor dijo en el Evangelio que escuchamos hoy, Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Hermanos y hermanos, sabemos de estas tinieblas. Esta oscuridad que se esconde en nuestro corazón y en nuestra vida. Y estamos familiarizados con la oscuridad que nos rodea en este mundo, roto y caído. Estas familiarizados con esto. A veces hasta nos da miedo, pero no estamos solos ni aislados en esa oscuridad. Nuestro Señor, nuestro Dios, nuestro Salvador Jesús Cristo a mandado al Consolador, el Espíritu de Verdad que este con nosotros. Que sea la luz en medio de las tinieblas, que traiga la luz de Cristo aun aquí ahora y por los siglos de los siglos. Amen. Fiesta jubilosa!

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