22 de junio de 2025 - Domingo de Todos los Santos de América del Norte

Este domingo de todos los santos de América del Norte resplandece para nosotros con especial fulgor, porque nos regocijamos por una nueva santa en la Iglesia: la venerable Olga de Kwethluk, Alaska. Fue glorificada esta semana en su pueblo natal de Kwethluk, donde se congregó una multitud que llenó completamente esta pequeñísima iglesia en una aldea muy pequeña y remota, donde ella dirigió el coro toda su vida.

Escuchamos en el Evangelio de hoy el llamado del Señor a un pequeño grupo de pescadores, diciéndoles que los haría pescadores de hombres, y estas palabras resuenan con especial énfasis cuando pensamos en santa Olga, que vivió en una aldea cuya subsistencia dependía completamente de la caza y la pesca. Para entender de qué habla nuestro Señor, sabemos que nos gusta pensar metafóricamente, que "qué hermoso es esto", o pensamos en la pesca como algo que me gusta hacer cuando hace buen tiempo, pasar un sábado por la tarde pescando. Me gusta el pescado... Pero en realidad depender de esto, cuando es la manera de alimentar a tu familia, se percibe de manera completamente diferente; es así como alimentas a la gente, y Jesús dice: esto es lo que haré por ustedes para todo el mundo. Que ustedes cuidarán de toda Mi gente y alimentarán a toda Mi gente.

Y si aplicamos esto a cómo vivió la misma santa Olga, ella tomó sobre sí esta responsabilidad de cuidar a aquellos que le fueron confiados. Esta matushka, maestra rural, madre de 13 hijos. Todos nos asombramos de nuestras propias familias, si alguno de nosotros puede manejar cualquier cantidad de hijos. Cuidar de 13 hijos es impresionante y, quizás, es un desafío para nosotros el que tal vez podamos poner nuestras metas, nuestras ambiciones un poco más alto en lo que vale la pena hacer por otros. Y todo esto lo hizo calladamente, humildemente, pacientemente, soportando sufrimientos por otros. De tal manera que 50 años después de su muerte, aún es recordada con veneración y amor por muchos cuyas vidas tocó.

Hermanos y hermanas, muchos de nosotros, quizás todos nosotros, estamos preocupados por lo que está pasando en el mundo. Por lo que ocurre justo a nuestro alrededor, en nuestros propios barrios, en nuestras familias, en nuestro país y lejos por todo el mundo. Podemos ver en las noticias de hoy que el mundo no está bien en muchos aspectos, y podemos preguntarnos: ¿cómo hacer todo mejor? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué debería hacer alguien? ¿Qué ideología aplicar, qué política, qué programa, cómo ordenar el mundo? ¿Qué debemos hacer para movilizar recursos, hacer cambios, imponer valores que hagan todo mejor, que hagan todo correcto? Y Dios nos da otra respuesta. Él pone ante nosotros otra agenda. Una que en muchos aspectos no es lo que encontramos satisfactorio. Cuando pensamos en lo que cambia el mundo, pensamos en poder, autoridad, influencia, fama, riqueza, fuerza. En cosas que son notables, que excitan a la gente y la mueven y la hacen hacer cosas. Y Jesús, el Hijo de Dios, viene a nosotros, despojándose de toda Su gloria. Tomando la forma de sirviente, para servirnos. Para darnos lo que necesitamos. Para obrar la salvación en nosotros con gran poder, pero no como el mundo entiende el poder. Y Jesús, como vemos aquí en el Evangelio, como Dios siempre ha hecho, Jesús busca a aquellos que son fácilmente pasados por alto, fácilmente despreciados. Pescadores, publicanos, mujeres sin importancia particular, y así sucesivamente. Precisamente a estos Él se complace en elevar como Sus campeones, Sus líderes en la Iglesia que Él establece, y esta es Su respuesta. ¿Quieren saber qué cambiará el mundo? Es la Iglesia. Perdón. No hay otra caballería que venga a hacerlo. Esto es lo que Dios estableció. Para traer vida. Para traer salvación. Para traer esperanza.

Él habla del Reino de Dios como la levadura que penetra a través de la masa. Está oculta, no puedes verla en ningún lado, y sin embargo conoces su presencia porque lo que antes era harina sin vida, ahora se levanta y se convierte en algo que puede alimentar a una familia. Y así es con la Iglesia que Él estableció, y la gente en ella que Él escogió, Sus santos. Y hay un modelo que Él establece para que nosotros sigamos, para que realmente podamos ser levadura para que la masa se levante. Para que podamos ser aquellos que pueden compartir alimento para el mundo, cosas buenas que pueden nutrir, porque nosotros mismos las recibimos.

Se nos ha dado un modelo a seguir — aquel que Jesús mismo encarna y que Él claramente establece para nosotros. Algo que escuchamos todo el tiempo, tal vez,  lo escuchamos tantas veces que simplemente se confunde con el fondo, no pensamos mucho en ello, pero ya lo hemos escuchado dos veces hoy. Las Bienaventuranzas. Este camino de bienaventuranza para nosotros, que debemos seguir. Seguir para que puedan ser bendecidos y para que puedan ser bendición para otros a su alrededor.

Bienaventurados los pobres de espíritu, aquellos que anhelan solo las riquezas del Reino de Dios, esas cosas buenas que vienen de arriba. Bienaventurados los que lloran, aquellos que conocen en lo profundo de sus corazones que este mundo está quebrado y necesita sanidad que solo puede venir de Dios. Bienaventurados los mansos, aquellos que se niegan a devolver mal por mal, confiando en la bondad de Dios, Su justicia, Su poder para hacer que todas las cosas obren para bien de los que aman a Dios. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, quienes no están satisfechos con cómo es el mundo ahora. Quienes persiguen el bien por sí mismo, no porque obtengan algo a cambio, no porque esperen que alguien más haga el bien primero, sino porque vale la pena hacerlo. Bienaventurados los misericordiosos — recibiendo y compartiendo la misericordia que ya hemos recibido del Dios misericordioso. Bienaventurados los puros de corazón, aquellos que no viven según los estándares de este mundo caído y oscurecido, sino que buscan ser puros porque nuestro Dios es puro, es santo, porque Él es luz, y en Él no hay tiniebla alguna, y por eso nos abrimos para ser purificados, resplandecientes y brillantes, para que podamos ver claramente la luz que brilla sobre nosotros, y a través de nosotros otros puedan ver a Dios también. Bienaventurados los pacificadores, aquellos que no toman uno de los lados en conflicto. Quienes no contribuyen a la enemistad y división y odio, sino que persiguen diligentemente con gran esperanza y persistencia la reconciliación, el perdón, el entendimiento, la paz. Estos son los que pueden ser llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por el Evangelio de Jesucristo, porque, hermanos y hermanas, así compartimos la cruz del Señor y su poder. Y su poder. Porque ven, este mundo sabe cómo hacer cambios. La manera que conoce es a través de la tiranía. A través de manipulaciones. A través de la fuerza y abusos, manipulaciones y mentiras, engaño, persecuciones. Y se satisface cuando vence la resistencia. Pero Cristo nos ha mostrado que no necesitamos temer esto, que Él ya soportó todo por nosotros. Él fue pisoteado y está de pie, más aún, Él ahora ha tomado esa gloria que dejó al lado y se sienta a la diestra del Padre, aún llevando las heridas infligidas por la cruz en el cuerpo que resucitó de los muertos. No hay poder en esta tierra que pueda separarnos del amor de Dios. Y si permanecemos firmes en fe, esperanza y amor, las persecuciones no nos dañan, sino que fortalecen el testimonio del Evangelio para mostrar a otros este otro camino. Este camino de fe, esperanza, amor que el mundo no entiende y que es precisamente lo que cambia el mundo, lo que lo hace nuevo.

Hermanos y hermanas, se nos han dado todos estos grandes testigos aquí en nuestra propia tierra. No tenemos que mirar lejos, no tenemos que mirar mucho tiempo atrás para encontrar ejemplos. Podemos mirar a san Herman, su icono, su santuario, sus reliquias, justo aquí. Podemos mirar la vida del santo misionero, el obispo Rafael. A san Juan de Shanghái en San Francisco, un devoto archipastor que cuidó de su rebaño en tiempo de terror y confusión y los llevó a la seguridad. Podemos pensar en san Inocencio, un brillante y devoto, valiente y determinado pastor de Cristo, testificando del Evangelio en una nueva tierra, en una nueva ciudad. Podemos pensar en san Tikhon, el confesor, el patriarca de Moscú, quien establece un camino para que nosotros sigamos aquí en América, para que testifiquemos fielmente del Evangelio aquí mismo, y luego fue de allí a testificar del Evangelio ante una de las mayores tiranías que el mundo haya conocido  - La Unión Soviética en Rusia. Y podemos mirar a esta mujer silenciosa, la venerable Olga de Kwethluk, Alaska, quien nos muestra que cualquiera, cualquiera tiene la capacidad de entregar su vida completa, profunda, transformadoramente al amor de Dios y al amor de aquellos que nos son confiados.

Santa Olga nos recuerda prestar atención a las pequeñas cosas, a los pequeños de nuestra vida, porque es precisamente de esta manera que a nosotros, a nosotros se nos da la oportunidad de ayudar a cooperar con Dios en cambiar el mundo. En traer luz y vida y salvación a cada uno que encontramos. Amén.

¡Gloria a Jesucristo! ¡Gloria para siempre!

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